Varias veces el Sefer Yetsirah nos dice que tenemos que combinar, “Todo con Aleph, Aleph con todo, todo con Beth, Beth con todo” al final el libro nos da la clave, “Cuando Abraham, nuestro padre, entró en el flujo de la vida, el vio, el miró, el exploró, el articuló, el colocó, el grabó, el combinó, el estructuró y elevó con sus manos, y después recibió todo…”.
Nos recuerda Alister Crowley “El Libro de la Ley está Escrito
y Encubierto”.
Vivimos dentro de un lenguaje. Desde que nacemos, estamos en
constante programación, programación que nos aleja de la naturaleza, de lo
primordial, como indican las supersticiones, el conocimiento nos alejó del paraíso,
del paraíso en el que viven los animales que no conocen la dualidad, la separación
de su ser, el espacio que existe entre instinto y lenguaje.
Si vivimos dentro de este lenguaje, cómo podríamos entender
otro. Para comprender otro idioma se necesita un traductor, pero que pasa si
ese traductor no estuviese, que pasa si dos personas que hablan idiomas
totalmente diferentes se encuentran en una situación en la que tienen que
comunicar conceptos. Acudirán a las referencias, a las señas, a los gestos, a
las imágenes, combinarán diferentes medios para hacerse entender. Se puede
acceder a conceptos nuevos fuera del lenguaje conocido, combinando de manera
diferente elementos del mismo lenguaje. De la misma manera, tenemos que
entender que si alguien o algo nos quiere comunicar un concepto que no existe
en nuestro lenguaje utilizará una combinación de elementos dentro del mismo
para hacerse entender. No creamos elementos, pero la combinación misma de los
mismos es la esencia de la vida, del arte, de la evolución.
Recordemos que en la tradición Judía no se escribe el nombre
de Dios, siempre se omite una letra, tenemos el principio fundamental del Tao,
que lee “El Tao de quien puede hablarse / no es el Tao absoluto. /Los nombres
que pueden dársele / no son los nombres Absolutos /El tao que se pronuncia no
es el Tao verdadero” (Traducción de Lin Yutang).
Una vez que algo entra en nuestro lenguaje, el lenguaje se
lo adueña, nuestro concepto de Dios, es el concepto del lenguaje, y Dios, si
existe, tiene que hacerlo fuera del logos. La verdadera experiencia espiritual,
que pasa en un presente único y no conoce separación del tiempo, no tiene
pasado ni presente, tiene por ende que ser propia e incomunicable.
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