Marta entra en el café, su café, que no es más
que una franquicia de una muy conocida cadena de cafés-panadería-dulcería donde
todo es casero pero viene congelado, todos sus empleados la saludan muy
respetuosamente. Viene de su intento, fallido, por conseguir el divorcio, su
esposo empezó a almorzar y la ignoro como se ignora a los locos, le dio la
razón y le dijo que lo iba a pensar, ella sabía que no. Pero ella terminó de
comer y se paró, y va a continuar con su vida y pronto lo intentará de nuevo.
La cajera se le queda viendo y le guiña un
ojo. Marta responde con una leve sonrisa. Se acercan.
- Y? Todo bien. Pregunta la cajera.
- Carmen no tienes idea.
- Idea de qué de Bien o de Mal.
- La verdad no sé.
- Pero le dijiste, de tus viajes, tus sueños,
de Juan.
- Si Carmen, le dije a mi esposo que me quería
divorciar de él porqué me enamore de un tipo que quiere poner un Kiosco.
- Entonces que le dijiste.
- Nada, nada que quería divorciarme de él, le
intente dar razones, pero el no escucha y además, pensó que le daba una orden.
El no toma ordenes de nadie.
- Tengo que ir a la caja, pero no te preocupes
que después hablamos.
Se separan y Marta va a su pequeña oficina ubicada
al final de la cocina. Entra y se sienta en su pequeño escritorio, abre una
gaveta y saca una agenda, busca la letra G y lee el nombre Juan Gómez, levanta
el teléfono y empieza a marcar mientras dice en voz alta: "Juanchi, espero
estés pensando en mi".
Diego se encuentra desnudo sobre una
mujer de unos cuarenta años, tiene el cabello negro pero teñido a rubio, están
tapados hasta los hombros con una sabana roja, o por lo menos ese parece ser el
color, la luz es muy escasa. Sabemos que es un telo, un hotelito, un albergue
transitorio, barato, de paredes con papel tapiz de flores en un principio
anaranjadas, ahora marrones, hay un par de cuadros con figuras egipcias. Diego
y la mujer están cogiendo. Bueno, el está cogiendo, ella espera a que él termine.
Ella no emite sonidos y él tampoco, es hombre. El sigue por un tiempo.
Y
sigue.
Sigue.
Sigue.
Sigue.
Termina,
sin mucho esfuerzo, sin mucha prisa, solo lo hace. El habla primero, mientras se
le quita de encima y se sienta en la cama:
-
Te gustó?
-
En verdad quieres saber?
-
No. Ustedes las baratas ni siquiera hacen un pequeño esfuerzo.
-
Claro que no, por eso somos las baratas. Dame un cigarrillo.
-
Toma, no te vistas que quiero otro en un rato.
-
Si, no te preocupes.
-
Ya vengo.
-
A donde vas
-
Al baño. Espero que no haya nadie. No puedo creer que esta vaina no
tenga ni baños privados, aunque sean sucios.
-
Tu puedes pagar algo mejor.
-
No importa.
-
Lo que tu digas.
Se para y se va. Sale del cuarto y da un par
de pasos por un pasillo igual de mal iluminado y llega a una pequeña puerta,
toca. se escucha un gruñido, un pedo y como alguien baja la palanca. Mira al
techo como buscando una respuesta a sus gustos, como buscando una pastilla que
le ayude a cambiar sus gustos. Piensa por unos segundos en su escusado limpio y
caro en su casa. Piensa en su esposa dura y operada. Piensa en la puta que se
acaba de coger y se excita. Se abre la puerta y aparece Sebastián.
Ambos se miran a los ojos por unos
segundos, Diego baja la cabeza y suelta una pequeña risa nerviosa, después
habla:
-
Parece que al final si somos iguales.
-
No mi señor usted está muy equivocado, este es mi hotel, usted es mi
inquilino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario