Alejandra Lunares se fue a
la cama pensando "mañana seguro se suma más gente, hoy a lo
mejor logramos difundir mejor el mensaje", y ahí su mente entró
en profunda meditación por unos segundos, solo para despertar con
esta pregunta "¿Por qué la gente no escucha?".
Alejandra Lunares había
caminado hoy unos diez kilómetros de calles de tierra y caminos
empedrados, estaba cansada, pero su cansancio no le arrebataba el
pensamiento, en la cama, noche cerrada, pueblo dormido, todavía
pensaba estrategias y visionaba caminos. Sabía cual era el problema,
pero esto era tan grande, tan poderoso, que su diagnostico poco
auguraba una solución, una y otra vez pensaba "por cada uno con
el que yo hablo, ellos programan diez mil o cien mil", y seguía
"por qué soy yo de las pocas, y por qué siempre somos nosotros
los pocos", y aún más " ¿Y las mujeres? me cache en las
mujeres, qué les pasa por la cabeza a esas brutas, que es que nunca
vamos a aprender". Daba vueltas en la cama y pensaba en el día.
Había salido temprano de
su casa, como siempre, antes de que saliera el sol para aprovechar la
fresca y avanzar varios kilómetros, los primeros kilómetros los
hacía en bicicleta porque en su pueblo ya todos la conocían y no
tenía ningún sentido ir caminando. La bici era buena, se la habían
regalado, igual que sus zapatos, andar ahora era más cómodo que al
principio, le habían ofrecido un auto, pero no, eso ya era
capitular, su mensaje se iba a volver inaccesible. Así que esos
kilómetros en bici, como todo en su vida, eran de reflexión, de
planeamiento. Atrás llevaba una caja de panfletos y literatura, ella
misma los hacía, con mucha información, bien explicados, algunos en
tono general hablaban de precios, de medidas, de países lejanos, de
maneras de hacer energía, de la explotación histórica, de cómo se
conforma una empresa, de los sistemas. Después otros se enfocaban en
proyectos específicos, en hidroeléctricas, en mineras, en grandes
plantaciones.
Llegó hasta el siguiente
pueblo. Dejó la bicicleta en casa de Doña Petronia, la Doña la
saludó por la ventana. Se fue hasta la parada con algunos de los
folletos. Agarró un autobús de una hora y se bajó en un pueblo que
hace más de un año no visitaba, la única calle asfaltada era la
principal. El sol ya despuntaba. Antes de salir a caminar se dio
cuenta de que tenía hambre, se acerco a una panadería que estaba
frente a la plaza principal, compró un café y una torta, y se sentó
en una mesita que estaba afuera y daba a la plaza, y se comió la
torta remojándola en el café, mientras pensaba "la plaza es de
ellos, la estatua, esos árboles, los carros, mis mismos
pensamientos, ña ni yuyani en mío propio simi, no hay nada, hay que
empezar todo otra vez". De repente se encontró sonriendo, el
café caliente y la torta fresca le levantaron el ánimo y se notó
en su cabeza "si que si, es un gran día para caminar".
Con el estómago lleno se
para de la mesa, desdobla un sombrero de tela que lleva en el bolso y
emprende la caminata, "las mujeres somos grandes caminadoras,
somos grandes hacedoras, la mujer que no hace está perdida, le toca
vivir de esclava, como las chinas, esos chino y el zen, con esa
filosofía de estarse quieto de que el universo se empareja, pero
ellos de quietos nada, nada de nada, acá me quedo quieta y se meten
en la casa en busca de pepitas de oro, estarse quieto es para los
otros, ese que se queda quieta está perdido, y la mujer que se queda
quieta está doblemente perdida y doblemente abusada, me cache en las
mujeres calladas". Así emprende la caminata Alejandra Lunares,
que mujer, campesina y revolucionaria, lleva todas las de perder, por
cualquier camino que decida emprender.
El sol sale y no importa
que tan fresca sea la mañana, pica, "mejor el sol que la
lluvia, aunque la lluvia es buena y riega, con el solsito se puede
caminar", llega hasta la primera casa, todavía en el pueblo,
bien construida de ladrillo, a su encuentro sale un hombre y por la
puerta asoma una mujer, la conocen, o por lo menos saben quién es,
la invitan a pasar, pasa y se sienta, la estancia oscura y fresca,
deja dos folletos, habla veinte minutos:
- Mire que el imperio está
sobre nosotros, y ya no nos quedan muchas maneras de luchar, y no hay
nada bueno ya, no hay a quién pedir ayuda ni dónde recostarse,
porque el enemigo tiene máscaras y personajes, y sabe cosas que
nosotros no, así que lo que tenemos es lo que conocemos de siempre,
que estamos nosotros, que tenemos la tierra, que los tiempos son
necesarios y que al campesino nunca nadie le regaló nada, quién
dice que trae mejoras trae muerte.
Termina, ve la hora, se va
medio apurada.
Y es que ella sabe, "A
este paso no termino más, si sigo así hoy como mucho hago diez
casas, con suerte, seguro que me quedo en alguna a la hora del
almuerzo, me tocará pasar la siesta bajo algún árbol, tendría que
traer la bicicleta, pero estos lugares, estos lugares hay que
caminarlos."
De frente ve una señora
que viene caminando con dos niños, ya está por las afueras, más en
el campo, cuando se cruzan la saluda. La conocen, saben quién es. Le
entrega panfletos, siguen su camino, "es que así no puedo, por
cada uno con el que yo hablo, ellos hablan con diez mil o cien mil".
Se acerca a otra casa,
esta ya más precaria, le dan agua, está cansada. Mientras habla
descansa.
Así todo el día hasta la
tarde, vuelve al autobús, a buscar su bici, y después a su casa.
En su casa habla con su
madre, ya anciana, y con Roberto, compañero de lucha:
- M'ija caminó mucho hoy.
- No lo suficiente Madre.
- Siempre es suficiente
Alejandra, que no se te olvide, una persona es una persona.
- Escúchelo al Berto
M'ijita que es bueno y sabe lo que dice.
- Si Madre, lo escucho. ¿Y
tu Berto?
- Muy bien, junté unos
diez vecinos por los lados de la cañada, cerca del cerro.
- ¿Dejaste folletos?
- Deje. Fui a la radio
también, te quieren por ahí Alejandra, tienes que ir a hablar con
esa gente.
- ¿Otra vez Berto? si fui
el mes pasado.
- Pero quieren que vayas,
todavía se preguntan como hicimos para movilizar tanta gente para
parar la obra.
- Ninguno de ellos fue.
- Pero están ahí, en la
radio, difundiendo, eso es algo.
- Las palabras las
palabras, hay que ir, hay que ponerse, si no no hay nada. Pero bueno
Berto, ¿Vamos a hablar de eso otra vez?
- No, no, ya lo hablamos.
- ¿Quieres comer algo
M'ija? no se me moleste con el Berto.
- Claro que si Madre,
tengo mucha hambre, y no, no estoy molesta con el Berto.
- Y tu Bertito, estás muy
flaco tu, y con ese bigote te vez más flaco todavía.
- Claro Madre.
- Pues a comer, hay guiso
y pan de Doña Anastasia, para tomar hay vino.
- Gracias Doña, eso suena
muy bien.
- Que rico Mami, que rico.
Mientras Alejandra daba
vueltas en la cama y pensaba en el día, tres hombres de la capital
de acercaron despacio en un auto por la calle de tierra, noche
cerrada, pueblo durmiendo. Les dieron un auto de marca y mil dólares
a cada uno. Los levantaron de la esquina de Sarmiento y Tuyumeni,
dónde se juntan los malandros de medio pelo, los tres, conocidos por
la policía, han estado presos y tienen una larga lista de delitos.
Ya le habían dicho a quién los buscó, "búscate tres que
estén bien quemados por la pasta base y el vino de caja, tres bien
brutos, que tengan miedo de caer en cana y no tengan ni dónde caerse
muertos, que no piensen, les damos lujos y droga buena por una semana
y los dejamos listos", los tres hombres llegaron hasta la casa,
vieron las fotos en sus celulares y comprobaron que era la misma, se
bajaron rápido, uno se quedó en la puerta, dos entraron por una
ventana del costado, que aunque cerrada, no estaba trabada,
encontraron a Alejandra en su cuarto, sentada en la cama, viéndolos
a los ojos sin pestañear, sin gritar, sabiendo, y así, con la
frente en alto y los ojos bien abiertos, Alejandra Lunares recibió
nueve tiros y quedó muerta en su cama. A su madre la despertó el
estruendo y enseguida supo. Los vecinos vieron que huía un auto gris
o plateado, de una marca o tal vez de otra.
La policía está
investigando.