Una historia de amor.

     Vio el teléfono, el mensaje de texto decía: "No es soledad lo que siento, es ansiedad de querer estar contigo". 
     Así que dejó lo que estaba haciendo y fue a su lado.   

- ¿Qué pasa cuando escribes en la playa?

- ¿Qué pasa cuando escribes en la playa?

- Pasa que a través de tus sentidos percibes al mismo tiempo belleza, balance, fuerza. Hay sabor en el aire, olores de abundancia, el sonido es armonioso y acogedor, tu cerebro está lleno y satisfecho, no tiene la búsqueda del hambre, y escribir es tener hambre, entonces es muy poco lo que puedes hacer. Te aparecen palabras como plenitud, satisfacción, frondosidad, palabras que por sí mismas son historias y no necesitan desarrollo. En la playa no se escribe mucho, en la playa se coge, se ama, se camina, se juega, pero es difícil escribir. Si quieres escribir con el mar lo tienes que ver, pero no sentir, entonces si, se despierta el deseo, las ganas de estar ahí, puedes escribir mucho, muchísimo, sobre la belleza inalcanzable, sobre el amor no correspondido, sobre aguantarse las ganas de nadar, correr en la arena, extrañar un amor, buscarlo, escribes viéndolo de lejos o teniéndolo cerca pero no disfrutándolo. En la playa no se escribe.  

1.


     El hombre, de vista ya vivido, comenzó la escena con el comentario,"bien ahí, bancando", llevaba bombacha y boina de fieltro, alpargatas y camisa de lana. Su comentario aludiendo al hecho, bastante ridículo para el ojo capitalista, de tener un puesto de libros abierto en una calle en la que circulan tres personas por hora, en un pueblo bastante desierto. Día soleado de otoño en el sur, pero no tanto. Al final de la calle se puede ver el mar. Continuó el hombre, "una vez bajo un ombú el mestizo Silva, hijo de negro y mulata, me contó cómo aprendió a leer y escribir, trabajaba en una estación de ferrocarril por el cerro largo, y le llegaban a la estación de tren, dónde trabajaba, las cajas de Europa, él las descargaba y las acomodaba en el carro, agarraba un palito y copiaba en la tierra los dibujos que estaban en la madera, la primera palabra que aprendió fue Montevideo, el patrón un día lo vio en esa y le dijo, si quiere aprender le enseñamos en la casa grande, y le enseñaron, sabía muchas poesías de memoria el mestizo Silva". El hombre agarra un par de libros y me pregunta precio, le digo y le anoto que hay descuento para los vecinos, y dice, "Vecino si, desde siempre, ahora que me fui un tiempo, pero volví, mire yo acá desde los tiempos del sargento Huelmo, el único milico que había, sargento Huelmo, salía con el ayudante, a veces, pero estaba solo, salía a caballo, agarraba peludos por los montes, yo tengo 74, ni sé hace cuanto de eso, yo era chico, salía hasta pueblo nuevo, a veces hacía noche, mi primo y yo jugábamos a veces con su caballo". Se da media vuelta y se va saludando efusivamente. A media cuadra se da la vuelta y levanta el dedo indice diciendo con fuerza y alegría, "sargento primero decía él... y levantaba así el dedo, sargento primero".   

Movimiento.

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Este mundo es el final de todos los mundos,
esta realidad es lo que queda después de todas las otras realidades,
y acá todo nace de algo y continúa,
y nada termina,
todo se transforma en algo,
nada se destruye,
el final es un proceso,
lo que queda de la inteligencia infinita es el movimiento.

El profeta Eugenio Blanco.

     En su obra Eugenio Blanco era Autobiográfico y Futurista.
     Su metodología de trabajo era siempre la misma: se imaginaba a sí mismo y al mundo dentro de diez o veinte años, y escribía una obra que transcurría durante ese tiempo. Dotado de una gran imaginación, no eran ni pocas ni comunes las situaciones en las que imaginaba a su alter ego venidero. Pero como todo futuro, aunque sea imaginario es una extensión de su base presente, sus proyecciones tampoco se alejaban tanto de alguna de las posibilidades que podrían suceder.
     Al leer sus textos no era obvio que fuera él el protagonista, es más, solo un puñado de los pocos conocedores de su obra, y su amada Alejandra Villanueva, primera novia y secreta lectora de la obra de Eugenio, podían hacer esta relación de manera directa.
     Con ventas modestas pero firmes Eugenio se podía mantener en el mercado, y vivir modestamente de la literatura, sumando trabajos esporádicos como albañil en casas de conocidos. Eugenio era hábil con las manos. Esta continuidad de ventas le permitía publicar una novela cada dos o tres años, publicando su primera a la joven edad de 37 años.
      El descubrimiento y el terror se presentaron a sus 48 años. Eugenio se paralizó una mañana en la cama, cuando una realización se materializó en sus pensamientos. Se quedó duro viendo el techo, con los ojos bien abiertos, repasando y repasando para ver que tan cierta era. Su vida, el último año, había sido bastante parecida a su primera novela.
     Ahí se quedó Eugenio, recordando su vida y repasando su novela, y cuanto más detalles pensaba, más similitudes encontraba. ¿Cómo podía ser? ¿Había copiado sus palabras? ¿Había buscado secretamente vivir lo escrito? No. Las similitudes no se restringían a sus decisiones, incluían también las acciones de los otros hacia él, el azar, el clima y hasta alguno que otro evento político. ¿Cómo no se había dado cuenta mientras esto sucedía? lo ignoraba.
     Algo parecido a la locura lo invadió cuando a los cincuenta y uno, vivió un año de espanto, cuando ya, con la experiencia vivida anteriormente y en secreto, se preparaba a comprobar una intuición.
     Se dio cuenta durante ese año que sus libros eran proféticos, y que su obra lo incluía hasta los 60. Y aunque es verdad que había reservado algunos pasajes bastante delicioso en sus libros, no había ahorrado en miserias.
     Diez años pasarían para que se encontrara con la mutilación de su brazo derecho. Unos cinco para un terrible accidente de auto, su corazón se partiría varias veces y unas tres veces se encontraría en episodios violentos con otros hombres.
     Eugenio blanco, se tomó un tiempo para reflexionar he hizo lo que cualquier hombre haría, se preparó para lo peor, y se preparó, en una novela infantil e ingenua, la vida más maravillosa que se pudo imaginar. Se llenó de riquezas, amores, amigos, lujos por doquier y éxito.
     Y cuando terminó, y la publicó, se sentó a esperar, en una silla, en el patio de su casa.
     Tan increíble era su historia que decidió no contarla. Nadie comprendió entonces la felicidad de ese hombre al perder su brazo derecho, al ser golpeado, al ser dejado por la mujer de sus sueños...

La educación del pequeño hombre.

Publicada originalmente junio 23, 2015. 

     El pequeño hombre encontraba que estar en su cabeza acompañado de un libro, era el mejor estado posible. Por algunos periodos era la música la compañera designada, pero el destino parecía conspirar en contra de esto, uno tras otro le robaban el dispositivo de turno, le robaron el walkman, el discman y el ipod, nunca le robaron un libro. Cualquier excusa era valida para realizar este estado de encuentro consigo mismo, porque lejos de hallarse alejado de la realidad, se encontraba mejor acompañado en esta.
     Desde afuera podría parecer que el pequeño hombre no tenía nada para hacer, que perdía su tiempo en una espera sin sentido, en viajes ridículamente largos, quién toma dos autobuses cuando puede tomar uno. Esperaba a sus amigos mientras hacían sus trámites, esperaba a su novia mientras estaba en clase, esperaba a su madre mientras estaba en el médico. Una espera afuera era una vacación adentro. Su cabeza y las lecturas.
     Así el pequeño hombre pasa su tiempo en Buenos Aires, moviéndose y esperando, en las plazas, en el micro, en el subte, en el tren, yendo y viniendo, esperando, creando paréntesis que le permitan escapar. Y como se aclaró antes no era que le molestara la realidad, al contrario, siempre se sintió maravillado por ella, jamás se iba a cansar de admirar algo de color, formas, ángulos, estructuras gigantes y pesadas, mecánicas, le encantaba la realidad, demasiado tal vez, y por eso se automedicaba con libros.
     Estar es a veces demasiado intenso, procesarlo y disfrutarlo podía llegar a ser abrumador.
     Nuestro pequeño los veía a los otros y se preguntaba, "les pasará igual". Sabe que les pasa a los que sufren, a los que se suicidan, a los que necesitan escapar de una manera mucho más fuerte, mucho más lejos, y los otros, los que aguantan, "será que no lo ven o será que son más fuertes, pero quién sabe, nunca conoceré a alguien lo suficiente como para saber algo real sobre ellos, conoceré datos de su existencia, pero no realidades de su verdad, o tal vez si", nuestro pequeño hombre sabe dudar de todos sus pensamientos.
     El control de lo que está haciendo y la nada de la espera, mantienen con vida a nuestro pequeño hombre, le permite una descompresión. Presión. Tanto pesa. Ser ya es mucho, mantenerse todos los días, mirar, conseguir alimento, tratar con los otros. El orden de las cosas genera peso, hay reglas preestablecidas, reglas que hay que aprender, métodos que hay que manejar, industrias que hay que mantener, carreras que hay que ganar, padres que hay complacer, notas a las que hay que llegar, y por sobre todas las cosas el futuro. Nuestro pequeño hombre no puede con el futuro, en su cabeza el futuro es absolutamente irreal, en él siempre está haciendo algo que es absolutamente imposible que pase, está comiendo con estrellas de cine, está manejando los autos más caros del planeta, está viviendo en el medio del bosque, está atravesando el atlántico en solitario, está atravesando Africa en moto, está volando en un biplano por el mundo, está construyendo su casa, está hablando con Dios, está aprendiendo catorce idiomas, está peleando con ametralladoras y vestido de negro contra las grandes corporaciones, su futuro no es posible, no puede serlo, es ilógico, es imposible, así que todo su pasado, su programación, su educación, parecen no tener ningún sentido para él, es presión, nada más, es peso, "tal vez no, tal vez si", no lo sabe, no lo puede saber, "quién sabe que depara el futuro, lo puedes planear, dejar el menor espacio posible para el azar, pero entonces, si algo pasa, puedes estar preparado", demasiadas preguntas, demasiadas cosas para el que presta atención, para el que encuentra sabor en todo, para el que no deja pasar la belleza, es necesario crear una situación controlable, es necesario agarrase de manos con la música, con los libros, eso que enmarca todo lo que es pero no es visible, y quiere ser todo pero no puede, porque es aquello que empuja, marca y regula, pero no puede ser administrado.
     Nuestro pequeño hombre viaja en subte leyendo. Viaja en autobús leyendo. Espera en los cafés. Espera en las plazas. Lee. Baja el libro, sube la mirada, escucha lo que le rodea, mira el mundo, agradece ser parte de él, de la grandeza y la perfección que se desparrama sobre todo, vuelve su mirada al libro y continua leyendo.

Mi hamaca espacial.

Descubrí que mi hamaca tiene una función que me permite viajar al espacio. No es joda, la descubrí en el momento justo, estaba a punto de sentir una pesadez inconmensurable, algo muy parecido a la tristeza, cuando todo lo contrario comenzó a ocurrir. La hamaca de apoco se fue alivianando y los bordes de la misma me encerraron tal oruga en formación de crisálida. Sentí como se salía de los ganchos, y de apoco seguía elevándose. Lejos de sentir pánico, me cubrió la emoción que antecede el viaje a un lugar conocido, seguro y agradable. Escuché afuera las copas de los árboles, estaba ya a una altura considerable, cuando de repente dio un jalón magistral y me sentí viajando a mucha velocidad, lo sentía en el estómago, en las extremidades, en la cabeza solo por un segundo ya que nunca me faltó el oxigeno, y de repente percibí el cambio de luz, afuera oscurecía. Ya jugado me atreví a abrir mi coraza de tela y vi, sorprendido, las estrellas, al notar que podía respirar asomé la cabeza y vi a un costado, podía ver nubes desde arriba y abajo el mar, volví a encerrarme con un poco de pánico. Continuaba el ascenso. De apoco noté una reducción en la velocidad, ignoro cuanto tiempo había pasado ya que la novedad no permite la medición correcta del tiempo. De pronto, flotaba dentro de la hamaca, ella mantenía cierta forma de banana, pero mi cuerpo no ejercía presión en ella en ningún lado. Abrí mi nave y observé, la tierra, el espacio, el sol, y sentí el ruido, la canción, el sonido del espacio, sentí una paz absoluta. Podría decir que ese momento duró años, pero de nuevo lo ignoro. Cuando tuve suficiente supe lo que tenía que hacer, simplemente me encerré y dije con mi corazón "he tenido suficiente", entonces, el viaje se reprodujo a la inversa, el vértigo, la desaceleración el cambio de luz, la copa de los árboles y el leve descenso a su posición original. Aprendí a activarla y desactivarla a gusto. Que delicia ir al espacio en mi hamaca intergaláctica.

Claridad.

Ella dijo: "No me engañas mariposa marrón, sé que eres una cucaracha voladora", y se fue.

El mar, otra vez.

- ¿Por qué no has publicado?
- Estoy intentando describir el mar.
- ¿Y?¿Cuál es el problema?
- Que cambia todo el tiempo.

Su diario.

En su diario el hombre escribió: "Estoy con ella pero pienso en ti, todavía me duele que lo eligieras a él". Entonces decidió que se lo iba a decir, y agarró su teléfono, y le escribió un whatsapp, pero no se lo mandó.

Exageración.

- ¿Tenías que renunciar?
- No tenía otra opción.
- Pero no dices que ella te engañó, te maltrató, que era una perra, lo dices todo el tiempo, ella era una perra, eso es lo que me dices.
- Lo era.
- ¿Entonces?
- Pero, ¿qué es lo que te pasa? ¿nunca amaste a alguien? nunca amaste tanto que dejaste de sentir que eras algo, que tu cuerpo ya no estaba, que habitabas en el otro.
- Aparentemente no, porque no lo entiendo y me parece una exageración.
- Bueno si alguna vez te pasa vas a ver que cada vez que veas a esa persona vas a sentir que es tu brazo el que está del otro lado, que es otro cuerpo pero es tu cuerpo, extrañas no a otra persona, extrañas una parte de ti.
- Pero era una perra.
- Claro, yo también era esa perra, y eso es a lo mejor lo que me molesta, que obligaron a esa parte de mi a ser algo que yo no quería. Es como que te hacen engañarte a ti mismo.
- Me parece una exageración, uno siempre es uno, si te entregas así no es otra cosa más que debilidad y me parece enfermo. Insisto, no tenías que renunciar, que se joda, mejor a parte, que te viera con otras mujeres, mira con quién estás, es una hermosura, mil veces mejor mujer.
- Puede ser, pero bueno, solo sé que ahora vivo más tranquilo.

Campo.

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- Que rico amor, hueles a motosierra.
- Y... te pone cachonda porque sabes que coges calentito.
- ¿Me vas a dar?
- Es lo único que quiero hacer, darte.

El sol.

     Ella se sentaba frente a mi, en el mismo escritorio.
     Mis escritorios estaban en forma de ele. El cuarto era un cuadrado, cuando entrabas a la izquierda estaba el escritorio pequeño contra la pared en la esquina, el grande paralelo a la pared de la puerta, se me creaba así un pequeño nicho de felicidad, en el que me sentía protegido para adentrarme en las profundidades y la soledad absoluta. La pared frente a la puerta tenía una ventana con vista a la montaña, así que me podía quedar sentado por horas trabajando con una vista espectacular.
     Ella se sentaba frente a mi, traía una silla y sin preguntar tiraba sobre la mesa todo tipo de cosas que utilizaba para hacer sus collares; piedras de todo tipo y tamaño, reales, de plástico, tiras de colores, pedazos de telas, dijes de oro y plata, pedacitos de metales, corales, todo tipo de pucas, cierres e hilos, llegaba con un montón de frascos y los volteaba en el escritorio, sin decir palabra, algunas cosas saltaban sobre los cuadernos, sobre los libros, sobre el teclado de la computadora y la máquina de escribir, los volcaba uno tras otro y se ponía a trabajar, con absoluta seriedad. De vez en cuando levantaba la vista y me regalaba una sonrisa, tan real y profunda que me atravesaba, y fue ella la primera en descubrir mi sonrisa falsa, y desde que me lo mencionó dejé de usarla. Ella sabía mirar.
     Ese saber mirar me molestó, porque me mostraba quién era, y en ese momento yo no me gustaba, y eso se convirtió en una molestia. Me molestaba ella, verla ahí, la ventana de fondo, el sol ridículamente entrando por la ventana, iluminándola por detrás, me molestaba porque quién en su sano juicio podía pensar así en las miserias de la humanidad y tratar de escribir sobre ellas, porque en ese momento eso pensaba yo que era la literatura, cuando ahí frente a mí, estaban todas las repuestas a lo negativo, compañía, belleza, oficio, arte. Me molestaba ella porque yo no me aguantaba y para estar en compañía de la belleza hace falta comodidad.
     En su momento, el impulso de lo que traía no me permitieron un cambió de determinación, de cabeza, y la torpeza de la juventud y los vicios pudieron más que la evidencia, y se llevaron esa posibilidad cósmica por delante.
     No me olvidaré nunca de su cabeza ligeramente ladeada, su cabello ligeramente rojo y largo, su cara llena de pecas mirándome con una sonrisa, el sol ridículamente brillando por la ventana, los árboles verdes, atrás las montañas vibrantes.

      Cuando ella ya no estaba, tuve que cambiar los cuartos, la organización de los escritorios, las bibliotecas, todo.  

El sueño.

Así,
como mi cuerpo duerme,
en esta vida que parece real,
y los sueños,
(que salen de otra parte de mi,
que ve otras cosas,
se comunica de otra manera,
y accede a otra realidad)
me hablan y me ayudan a ver el camino;
Así,
mi alma duerme,
en este sueño que se llama vida,
y los otros,
(que salen de otra parte de mi,
que ve otras cosas,
se comunica de otra manera
y accede a otra realidad)
me hablan y me ayudan a ver el camino.
Así,
pienso:
si tu eres mi sueño,
yo soy el tuyo.
Y si soy un sueño
soy un medio,
como tu eres un medio,
ambos parte de la misma voz,
instrumentos de la misma orquesta.  
Así,
saberse parte, pieza, ilusión.

Marte.

     Estaba muy tranquilamente vendiendo libros un hermoso día de invierno. Recuerdo que hacía mucho frío y que había mucho sol, y recuerdo que había almorzado un excelente pescado frito con arroz blanco y papas fritas del restaurante de los peruanos.
     La feria estaba vibrante y llena, gente comprando, canjeando, vendiendo, ese día me parece que hicimos entre todos casi cien metros de mesones con libros. Un día radiante. Hacia el final de la tarde se me acerca un hombre, unos cuarenta años, vestido casual con ropa de buena calidad, en tonos marrones y verdes, limpio, y tengo está conversación:
- Buenas señor, puede levantar lo que quiera.
- Gracias. Disculpe, noto que tiene usted un acento que no es de acá, ¿De dónde es usted?
- Si, así es, soy de Venezuela.
- Ha mire usted que lindo, un viajero.
     Su acento era neutro, era como hablar con alguien que está haciendo un gran esfuerzo por hablar correctamente. Está vez habló él primero:
- Yo también soy un viajero, estoy acá de visita. Los viajeros somos particulares, el que no viaja no lo entiende, tenemos un hambre rara, manejamos el conocimiento de otra manera, sacamos mucho de la comparación.
- ¿De dónde es usted?
- De Marte.
- ¿Marte?
- Si Marte.
- ¿El planeta?
- Si ¿Ha ido?
- No.
- Es muy lindo ahí, le gustaría, lástima que está tan lleno de gente, no es como acá que hay mucho espacio, allá uno tiene que caminar de lado y todo el mundo está apretado. ¿Le gustaría ir?
- No sabría decirle, pero me parece que no.
- Yo le llevo un día si usted quiere, no se puede ir todo el tiempo, el viaje no es fácil, pero vamos. Le paso buscando por acá si quiere.
- Le agradezco, pero no, lo dejo mirar tranquilo los libros.
     Y lo dejé ver los libros tranquilamente, en un momento se despidió, reitero su oferta y se fue caminando con una sonrisa. 

Fragmento de Vuelta de campana.

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     "Soñar en ganar no es ganar.
     Miguel Perrineau se estira en la cama doble, disfrutando del 
espacio extra que le otorga la ausencia de su esposa. Seguro que ya se tomó medio termo de mate y tiene el traje de baño puesto bajo el vestido celeste, si me deja, le voy a hacer el amor. Están alejados. Todavía la pretende y desea como el primer día que la tuvo.
     La clara oscuridad deja percibir los objetos sin imponer su presencia. Unos minutos más no importarán, está de vacaciones. Contempla una paja, el pensamiento se desecha por la falta de estímulo.
     Le cuesta abrir los ojos, rastros de sueño que agregan peso a la piel y restan fuerza a la voluntad. Le molesta la remera, fue un error dormir con ella. Estira, sin mucho esfuerzo, los dedos de los pies. Boca abajo con dos almohadas, una sosteniendo la cabeza, otra apresada por el brazo izquierdo. Podría haber estado así por horas si no se hubiera cuestionado, ahora tiene que levantarse; si vas a hacer algo, que sobre, las medidas tienen que estar mal desde el principio, si no, es un agregado.
     Recién se percata de la televisión en el cuarto de al lado. Caricaturas, algunas cosas nunca pasan de moda, una vez intentó hacer algo con un hombre azul asexual preocupado por la ética, comprometido consigo mismo y con el prójimo, no resultó. Qué dificultad que tengo para retener los sueños, es triste. Tantas cosas vividas en el mundo de lo posible, perdidas para siempre, olvidadas, jamás recordadas.
     Los sueños no eran precisamente su guía, aunque sí podían afectar su mañana o hasta su día. Retenía algo de estos, más que imágenes, sensaciones: impotencia, deseo, cariño, miedo, y estas lo acompañaban por varias horas de conciencia. Hoy nada lo condicionaba, un limpio despertar. Pan con mantequilla, tal vez unos huevos revueltos, un buen pedazo de carne. Para él la hora no tiene importancia o relación alguna con las comidas. Esboza una ligera sonrisa felicitándose por no tener hijos, ni siquiera ha pensado en pedir cupo para tener uno.
     Retira la ligera sábana con un pase natural de su mano derecha. Aplausos. Salta de la cama y pone los dos pies, en lo que parece ser un movimiento simultáneo, sobre la tierra. Eso tiene que tener algo de valor. Una simple movida que anule el azar. Podría morir en este instante de diez mil maneras, pero no será por levantarme con el pie izquierdo. Todos los pisos deberían ser frescos y la gente que duerme con medias tendría que ser asesinada. Encarcelada. Encarcelada por un par de años, si no entienden, levemente torturados.
Se viste con unos shorts blancos, una remera ligera color verde y sus zapatos self-adjustables. No tiene ganas de ir al baño y no recuerda haberlo hecho por la noche. Mi meo a des- aparecido, se elevó como vapor, todos los que respiren en esta habitación respirarán mi orina.
     Aprieta un botón y la ventana se aclara enseguida, mostrando el mar y la playa de caracoles. Otra sonrisa por haber escogido esa casa, un poco más de dinero, mucho más lujo, boato estético, visual, mental. Un desperdicio, tal vez, un malgastar de los últimos recursos, quién sabe. Un hombre que se aferra a una última moneda por miedo a la opinión no merece ciertas felicidades. Al volver le ofrecerán de nuevo el mismo empleo, necesitará más fuerzas esta vez para rechazarlo, tendrá que conseguir alguna nueva excusa. No importa, nada importa. Si algo le enseñaron el mar y Vit Dums, es que lo que hace falta son huevos, después, todo caerá en su sitio. Me repito que vivir es suficiente y siempre caigo en los mismos huecos, fuerza, hombre, que esto te lo merecés y, si no, no importa, a violar la vida. Veamos cuánto me dura la valentía.
     Había pasado poco menos de un año sin ver el mar. El mar es suficiente. El mar para mí es suficiente. De a poco, te llena, te desborda y te integra. Dicha.
     Las puertas siempre iguales. Sale del dormitorio y la ve con el traje de baño, unos shorts amarillos y una musculosa, sabe lo que significa, nunca se pone esos shorts para descansar, movimiento, nada de playa, sol y cubalibres, hoy van a la ciudad.
     No se hace problema, le regala el primer día, prefiere sacar esta salida del medio lo antes posible. La ve y agradece porque todavía no lo ha dejado, vuelve al cuarto por otra remera, más pesada, menos de no me importa y más de estoy de paseo, y se sienta a desayunar. No se han dicho una sola palabra, muchas peleas hacen que se llegue a esta especie de entendimiento táci- to. Ella sabe que si da el primer paso, la pelea va a ser su culpa, él sabe que ella sabe que él sabe lo que ella quiere, si propone algo distinto para hacer, se convertirá en un patán. Un desayu- no diplomático les marcará el resto de los días. Miguel le pide con sincero cariño un café.
     Isabella hace el mejor café con leche, técnica perfeccionada en su juventud trabajando como moza en el mejor café de la ciudad. Ese café, pan y mantequilla, Miguel rechaza con respeto cualquier otro ofrecimiento. Después de unos tragos y de un par de bocados, se puede hablar de lo que sea.
—Isa, vamos a donde vos quieras, pero no nos alejamos del mar, si querés, podemos llegar hasta Madryn, a Comodoro Rivadavia si te da la gana, pero siempre pegados al mar.
—Tampoco me quiero ir a la China, mucho más cerca, quiero ir a Las Grutas, ver lo del mar que se aleja y comprar un par de regalos de una vez.
—Dale. Qué voz que tenés.
     Café con leche y dibujos animados, ella abre la ventana, enseguida se escucha el mar, entra de golpe, se mezcla con la mantequilla. Miguel disfruta cada bocado, siempre se cepilla los dientes después de desayunar para que no se le mezclen los sabores, y hay que cepillárselos, aunque le digan anticuado, nada de pastillas o espumas de dos segundos, un cepillo cada vez más caro y pasta. Perdemos los dientes, perdemos pelo, ya podríamos tranquilamente nacer sin apéndices, no perdemos el gusto.
     Para que no queden migas en el café hay que cortar la baguette con un cuchillo de sierra, una vez abierta, hay que aplastar las migas levemente contra la corteza. La mantequilla se debe esparcir en una ligera capa que cubra toda la superfi- cie, de esta manera no se sueltan las migas una vez húmedas y, como la presión al momento de esparcir no fue muy fuerte, queda suficiente espacio para que entre el café. Cuando se jun- tan ambas partes no se debe ejercer mucha presión. Miguel compra la mejor mantequilla, lujo que se da cada vez que hace las compras, y cuando no hay, prescinde de sustitutos. La man- tequilla pura es lo único que nos queda, Bukowski tenía razón, siempre voy a comprar mantequilla cara y pura, hasta que me muera o hasta que desaparezca.
     Unas gotas de café le manchan la nueva remera.
Isabella hace un pequeño amague para cambiar a un canal de noticias, pero Miguel se lo impide con un fuerte no, ella comprende.
—Bueno, no tenés que ser tan bestia.
—Perdón.
—Todo bien, solo quería ver si había algo del tema de las

drogas.
—No creo que atrapen al hijo de puta.
—Yo tampoco, plantar ha sido de las mejores cosas que

hemos hecho.
—Seguro que sí. Lo vemos más tarde, ahora estoy muy bien. No tiene ganas de deprimirse, los canales de noticias son 
tantos, cambian tan avasalladoramente rápido de información y manejan tal cantidad de eventos que han perdido, para muchos, su carácter o importancia social. Se han vuelto meros canales de entretenimiento, el cambio empezó a principios de siglo, cuando los espectadores, que recibían tantas noticias, dejaron de sufrirlas, ya que no les daban tiempo para ello. Se comunicaban tantos acontecimientos que, de un día para otro, ya no se podía hacer un seguimiento de las historias. Con el lanzamiento de los nuevos satélites-corresponsales se eliminó el proceso de selección y elaboración de la noticia, dejando paso al always-live con, a veces, pequeños comentarios de expertos que expresaban alguna opinión. La prensa escrita sigue siendo un instrumento de resumen y vive una popularidad en aumento luego de su casi extinción.
Miguel sigue con atención los nuevos episodios de Garrulus. 
—Migue, anoche terminé el libro.
—¿Y?

—Me pareció un poco largo.
—A mí también. No recuerdo muy bien, pero hay una parte donde hay un lago y en el lago hay cabezas de caballos conge- lados, ¿no?
—No recuerdo nada de eso. No, definitivamente no hay nada de eso.
—Debe ser otro libro, se me están mezclando. Me gustó la última imagen, la del hombre en el bar, escuchando al barman. Al final queda así, ¿verdad?
—¿Cómo?
—Ahí en el bar, leyendo poesía.
—Sí. ¿Creés que tenga algún significado?
—No lo sé.
—Yo espero que no. Me gustó que fuera así, simple, igual

me intriga saber qué estaba leyendo. Me pareció que esa era la idea, de ese final, quedarse pensando en qué leía ese hombre.
—Curiosa. Yo también pensé en eso.
Termina el café. El fondo de la taza está limpio, sin migas de pan. Una mañana llena de logros personales. Isabella, con un pequeño salto, sale de la cocina donde estaba dejando el mate y se va al cuarto, a terminar de arreglarse, dice. Si se lo propo- ne puede ser, por lejos, la persona más adorable del planeta, a veces tenerla cerca es suficiente para hacerlo sentir lleno y poderoso.
—Isa, tendríamos que haber traído a Fidel.
—Sí, ya lo extraño.
—No llamemos, es muy idiota llamar para ver cómo está

el perro.
—Sí, mañana llamamos para preguntar cómo están ellos y listo. 

—Claro, para ver si los está molestando.
—Claro... ¿Llamamos, Migue?
—Mañana.
—Dale.
—Isa, ¿Llamamos?
—Mañana... Llamá.
—Llamá vos.
     Miguel aprovecha estos segundos y sale a la terraza, la

puerta se abre automáticamente y se sumerge en el calor de una mañana de finales de verano en la Patagonia argentina. El calor es seco, te deja respirar, pero el sol pica, descarga sus agujas sobre tu cuerpo, millones de hormigas se cuelan por entre los cabellos. A su derecha puede ver la terraza de los vecinos y cómo estos se disponen y arreglan para pasar el día ahí. Padre e hijo están usando thermal suits y tienen en las manos cascos de agallas artificiales. Agudiza el oído, le parece distinguir alemán. La mujer que está sentada en la terraza puede ser la esposa o la hija. Hoy, si una mujer se lo propone, puede parecer de veinte hasta el día en que se muera. Por lo menos se siguen muriendo. El hombre mayor la besa en la boca. Disminuye la chance de que sea la hija, pero no queda descartado.
     La playa se extiende hacia ambos lados. Casi toda la costa poblada hacia la derecha. Puede ver tres yates de buen tamaño, anclados a pocos metros, y un crucero chico no muy lejos del puerto, lejos, a la derecha, sale un carguero. Con fruta, lo más seguro. Si hubiera nacido en otra época, podría ver todo esto y mi mente empezaría a citar ejemplos, a hacer comparaciones, a recordar cuadros y películas, sería algo natural, o tal vez no. Solo puedo pensar en un ejemplo. Es que me gustaría saber como sabía Curzio Malaparte o, mejor aún, como ese Carpentier, Rosas o Belvedere. Cirros, cirrostratos y un par de altoestratos, eso es todo, un buen sloop también, hermoso. Hace unos minutos me acordé de que Bukowski dijo lo de la mantequilla, eso es algo.
     Vuelve al interior de la casa. Isabella revisa que su bolso esté completo. No se cambió la ropa. Le gustaría hacerle el amor, pero conoce el resultado de sus posibles esfuerzos, así que des- echa la idea. Años de negativas frente a la posibilidad de sexo espontáneo han hecho que su miembro se acostumbre al rechazo, pero igual no hay nada más obstinado que un falo erecto. Sus ojos de a poco se acostumbran a las sombras.
—¿Sabés, Isa?, a veces cuando era chico jugaba a esto: salía al sol, jugaba bajo el resplandor, lo miraba por unos segundos y entraba corriendo a la casa. Era una cueva, todo oscuro.
—¿Tu mamá nunca te dijo que no miraras al sol? —Todo el tiempo. Me gustaría hacerte el amor. —Perdón, ahora no tengo ganas.
—No pidas perdón, tonta. Te amo.

—Yo a vos.
—Me cepillo los dientes y vamos.
—¿No querés una de mis pastillas?, así nos vamos rápido. 

—No. ¿Cómo está Fidel?
—Bien, está durmiendo con ellos.
     Entra al baño. Su cepillo de dientes y el tubo de pasta son lo 
único visible en la mesada del baño. No se acostumbra a ver estos baños en las casas, baños de aeropuerto, limpios, sin surtidores, totalmente estilizados. Solo tres tubos lisos que salen de la pared, sin llaves, a veces hay un botón. Sobre los tubos, en finas letras: agua, jabón, pastillas dentales. Isabella guarda todos sus productos de belleza en un estuche en su maleta, como si fueran un secreto. El cepillo es de plástico, compró cuatro, cerrados y obviamente sin usar, en una tienda especializada, en Montevideo; la pasta tuvo que pedirla, solo la vende Colgate por pedido especial. Miguel es famoso entre sus amistades y colegas por sus dientes, blancos, limpios e imperfectos, no son brillantes y son reales. Siente las cerdas que se escapan de sus dientes y rozan las encías. Escupe. Muelas, sonrisa abierta de un lado, arriba, abajo, del otro, arriba, abajo. Muelas, sonrisa cerrada, derecha mano derecha, izquierda mano izquierda. Dientes frontales. Enjuaga. Proceso antiguo, maravilloso.
     Se ve en el espejo por unos segundos. Le agrada lo que ve, raro. Siempre le quedó bien el corte al rape.
     Yo siempre me pregunto, qué es real, qué es mentira. 

Almas gemelas.

- ¿Existen las almas gemelas? - Si. - ¿Cómo se encuentran? - No se encuentran, se reconocen. - ¿Cómo se reconocen? - Cuando dejas de mi...