Publicada originalmente junio 23, 2015.
El pequeño hombre encontraba que estar en su cabeza acompañado de un libro, era el mejor estado posible. Por algunos periodos era la música la compañera designada, pero el destino parecía conspirar en contra de esto, uno tras otro le robaban el dispositivo de turno, le robaron el walkman, el discman y el ipod, nunca le robaron un libro. Cualquier excusa era valida para realizar este estado de encuentro consigo mismo, porque lejos de hallarse alejado de la realidad, se encontraba mejor acompañado en esta.
Desde afuera podría parecer que el pequeño hombre no tenía nada para hacer, que perdía su tiempo en una espera sin sentido, en viajes ridículamente largos, quién toma dos autobuses cuando puede tomar uno. Esperaba a sus amigos mientras hacían sus trámites, esperaba a su novia mientras estaba en clase, esperaba a su madre mientras estaba en el médico. Una espera afuera era una vacación adentro. Su cabeza y las lecturas.
Así el pequeño hombre pasa su tiempo en Buenos Aires, moviéndose y esperando, en las plazas, en el micro, en el subte, en el tren, yendo y viniendo, esperando, creando paréntesis que le permitan escapar. Y como se aclaró antes no era que le molestara la realidad, al contrario, siempre se sintió maravillado por ella, jamás se iba a cansar de admirar algo de color, formas, ángulos, estructuras gigantes y pesadas, mecánicas, le encantaba la realidad, demasiado tal vez, y por eso se automedicaba con libros.
Estar es a veces demasiado intenso, procesarlo y disfrutarlo podía llegar a ser abrumador.
Nuestro pequeño los veía a los otros y se preguntaba, "les pasará igual". Sabe que les pasa a los que sufren, a los que se suicidan, a los que necesitan escapar de una manera mucho más fuerte, mucho más lejos, y los otros, los que aguantan, "será que no lo ven o será que son más fuertes, pero quién sabe, nunca conoceré a alguien lo suficiente como para saber algo real sobre ellos, conoceré datos de su existencia, pero no realidades de su verdad, o tal vez si", nuestro pequeño hombre sabe dudar de todos sus pensamientos.
El control de lo que está haciendo y la nada de la espera, mantienen con vida a nuestro pequeño hombre, le permite una descompresión. Presión. Tanto pesa. Ser ya es mucho, mantenerse todos los días, mirar, conseguir alimento, tratar con los otros. El orden de las cosas genera peso, hay reglas preestablecidas, reglas que hay que aprender, métodos que hay que manejar, industrias que hay que mantener, carreras que hay que ganar, padres que hay complacer, notas a las que hay que llegar, y por sobre todas las cosas el futuro. Nuestro pequeño hombre no puede con el futuro, en su cabeza el futuro es absolutamente irreal, en él siempre está haciendo algo que es absolutamente imposible que pase, está comiendo con estrellas de cine, está manejando los autos más caros del planeta, está viviendo en el medio del bosque, está atravesando el atlántico en solitario, está atravesando Africa en moto, está volando en un biplano por el mundo, está construyendo su casa, está hablando con Dios, está aprendiendo catorce idiomas, está peleando con ametralladoras y vestido de negro contra las grandes corporaciones, su futuro no es posible, no puede serlo, es ilógico, es imposible, así que todo su pasado, su programación, su educación, parecen no tener ningún sentido para él, es presión, nada más, es peso, "tal vez no, tal vez si", no lo sabe, no lo puede saber, "quién sabe que depara el futuro, lo puedes planear, dejar el menor espacio posible para el azar, pero entonces, si algo pasa, puedes estar preparado", demasiadas preguntas, demasiadas cosas para el que presta atención, para el que encuentra sabor en todo, para el que no deja pasar la belleza, es necesario crear una situación controlable, es necesario agarrase de manos con la música, con los libros, eso que enmarca todo lo que es pero no es visible, y quiere ser todo pero no puede, porque es aquello que empuja, marca y regula, pero no puede ser administrado.
Nuestro pequeño hombre viaja en subte leyendo. Viaja en autobús leyendo. Espera en los cafés. Espera en las plazas. Lee. Baja el libro, sube la mirada, escucha lo que le rodea, mira el mundo, agradece ser parte de él, de la grandeza y la perfección que se desparrama sobre todo, vuelve su mirada al libro y continua leyendo.