Estaba muy tranquilamente vendiendo
libros un hermoso día de invierno. Recuerdo que hacía mucho frío y
que había mucho sol, y recuerdo que había almorzado un excelente
pescado frito con arroz blanco y papas fritas del restaurante de los peruanos.
La feria estaba vibrante y llena,
gente comprando, canjeando, vendiendo, ese día me parece que hicimos
entre todos casi cien metros de mesones con libros. Un día radiante.
Hacia el final de la tarde se me acerca un hombre, unos cuarenta
años, vestido casual con ropa de buena calidad, en tonos marrones y
verdes, limpio, y tengo está conversación:
- Buenas señor, puede levantar lo que
quiera.
- Gracias. Disculpe, noto que tiene
usted un acento que no es de acá, ¿De dónde es usted?
- Si, así es, soy de Venezuela.
- Ha mire usted que lindo, un viajero.
Su acento era neutro, era como
hablar con alguien que está haciendo un gran esfuerzo por hablar
correctamente. Está vez habló él primero:
- Yo también soy un viajero, estoy acá
de visita. Los viajeros somos particulares, el que no viaja no lo
entiende, tenemos un hambre rara, manejamos el conocimiento de otra
manera, sacamos mucho de la comparación.
- ¿De dónde es usted?
- De Marte.
- ¿Marte?
- Si Marte.
- ¿El planeta?
- Si ¿Ha ido?
- No.
- Es muy lindo ahí, le gustaría,
lástima que está tan lleno de gente, no es como acá que hay mucho
espacio, allá uno tiene que caminar de lado y todo el mundo está
apretado. ¿Le gustaría ir?
- No sabría decirle, pero me parece
que no.
- Yo le llevo un día si usted quiere,
no se puede ir todo el tiempo, el viaje no es fácil, pero vamos. Le
paso buscando por acá si quiere.
- Le agradezco, pero no, lo dejo mirar
tranquilo los libros.
Y lo dejé ver los libros
tranquilamente, en un momento se despidió, reitero su oferta y se
fue caminando con una sonrisa.
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