El primero fue “Filosofía Momento”. Tenía diecinueve o veinte
años, había dejado la segunda universidad a la que asistía, tan asqueado como
la primera, si vas a la universidad y no te sientes que estas asfixiando al último
panda, eres un insensible, si terminas o no, es otra cosa, pero tienes que
sentirlo. Me quedaba un poco de dinero de mi último trabajo, y quería el libro
para salir a venderlo, realmente quería hacer plata con mi libro. Lo imprimí en
una imprenta de Abasto, una impresión, no una edición, simplemente fui por toda
la ciudad buscando el lugar más barato para imprimirlo, no editarlo que es otro
precio. El dueño de la imprenta tenía una kombi pintada con la cara de Gardel,
su mujer vivía en el El Bolsón y yo estaba con ganas de irme a vivir a la Patagonia,
estaba en abasto como extranjero, la
kombi y Gardel, en su momento todo parecía bastante profético. El imprentero
era un peruano alcohólico, siempre que lo veía tenia una botella de gaseosa de
las grandes, dos litros, en la mano y tomaba frenéticamente. La sed. Todos los días
iba a la imprenta y todos los días era lo mismo, mañana. Mañana. Mañana.
Mañana.
Un día me cansé y le dije al dueño, lo hago yo, córrete, me
metí en la pequeña pieza donde tenían dos imprentas que parecían haberse
estrenado con la noticia “ayer crucifican al supuesto hijo de Dios” y el
peruano me dice, sin señalar, “el papel ahí y la tinta ahí, no pongas mucha
tinta, pero primero necesitas las placas”, trago largo de gaseosa, la espalda. El
dueño de la imprenta me agarra del brazo y me dice vamos por las placas. Fuimos
caminando, en el camino me preguntó, “porque todos los cuentos tienen tipografías
diferentes”, estoy intentando usar el medio le digo, que cada cuento tenga una
personalidad visual. Se quedó callado. Siempre me preguntaba cosas y después se
quedaba callado. Pasé mucho tiempo en
ese cuartito, tomando gaseosa con el peruano, sacamos el libro e imprimimos
algunos panfletos de putas en el medio, me ofrecieron trabajo, no gracias me
voy a vender libros a la calle. El libro terminado me salió dos pesos, yo lo vendía
a cinco. Vendía bastantes, realmente hice dinero con mi primer libro, tenía que
hablar muchísimo y mentir y pretender que todos me caían bien y exagerar el
acento y hacerme amigo, un asco, pero vendía, era mi trabajo en ese momento. El
libro se caía a pedazos, el pegamento era malísimo, y seguro para el segundo
cuento te quedabas con algunas páginas en la mano. Lo único que me dio Filosofía
Momento, fueron golpes, mi padre acostado en la cama y en calzoncillos se
encargó de subrayar todo lo que estaba mal con el libro, mi amigo Juan que a veces
me ayudaba a venderlo me decía “por lo menos era barato”, y todos me
recordaban, constantemente, que el libro se caía a pedazos.
Me enserié. Escribí mi primera novela, “Suero”, la empecé a
escribir en Buenos Aires y la terminé en Mendoza, y fue perfecto porque la
ciudad encajaba perfecto en al novela, la utilicé muchísimo. Terminé Suero, a
buscar editorial, por supuesto nada.
Después de un año de silencio, me dije, la quiero ver en papel, la saco
yo, esta vez con calidad. Desastre. Caí
en manos de un estafador hijo de puta abrigado bajo un sello histórico, nada
peor que un ladrón con recursos. Por más de dos años sufrí en las manos de esa
basura, reuniones inservibles, excusas ridículas, vueltas y más vueltas,
micros, llamadas, tiempo, impotencia. Y durante todo este tiempo, la gente a tu
alrededor, “te estafaron”, “te robaron”, “lo hiciste mal”. Listo, no aguanto
más, a conseguir con que imprenta trabaja el hombre, la encontré, Pompeya,
vamos a ver que pasa, el imprentero me dice, el tipo me debe treinta mil pesos,
no le sacó ningún libro, y que culpa tengo yo le digo, ninguna, pero es tu
editorial, yo insisto, cuanto quieres por sacar el libro, tanto, es demasiado,
tanto, sigue siendo mucho no tengo esa
plata, mira, te doy tanto, y el resto se lo sumas a la deuda de este hombre,
silencio, bueno, pero le sumo tanto a la deuda, trato. A lidiar ahora con el
imprentero de Pompeya, lo primero que me dice el hombre es “porque no te saco
mejor los siete locos de Roberto Arlt” , a explicarle, pero yo no quiero los
siete locos, quiero mi libro Suero, el
insiste, si pero los siete locos lo vas a vender mejor, claro, no me queda
duda, pero yo quiero mi libro no el de Roberto Arlt, pero mirá que no te cobró
más y te llevas un mejor libro, ya sé que es un mejor libro, pero no es el mío
yo quiero ver mi libro impreso, si me dice, te entiendo, pero vos sacá los
siete locos y son tuyos porque los pagaste y los vas a vender, esta discusión tardó casi una hora, bueno me
dice al final, como tu quieras, es tu libro, acá yo tengo una copia de ese suero que me pasó el editor, para le digo, seguro es vieja, déjame que te
traigo otra, dicho y hecho era vieja, contrato una correctora que lea el libro
y lo corrija, yo lo leo una vez más, lo imprimo en mi casa para asegurarme que
esta bien, soy una molestia, quieren usar el internet, y yo estoy al lado de la
impresora que se traba cada dos segundos, terrible. Le entrego al imprentero la copia final, y le
digo que tengo que corregirlo una vez más, no me dice, esto ya está, yo
insisto, pero el insiste más y realmente a estas alturas, estoy agotado. Hace
el libro, lo voy a buscar, imprimió una copia vieja, que no sé como la tenía,
el editor seguro le habrá dado varias, el libro sale plagado de errores
ridículos. No puedo hacer nada, qué hago me sigo peleando hasta la eternidad, ya
fue. Esta vez el libro estaba cosido, no se caía a pedazos, pero la tinta de la
tapa era una porquería, el libro era azul y se decoloraba, lo ponías en la
mochila, al lado de otros libros, todo azul. Y mientras tanto todos se aseguran
de recordartelo, las dos cosas, que el libro pinta todo azul, y que está mal
editado, todos, mi padre hace su tanto desde la cama. A un par de personas les
gustó el libro, logré un poco de prensa, una crítica buena en un diario de
circulación mayor, una presentación en la feria del libro de Mendoza, todo
solo, a punta de empuje no más, y sabiendo que con cada copia que vendía venían
dos comentarios, está mal editado, pinta todo azul. No perdí plata, es más gané un poco. Por cinco años trabajé en
mi siguiente novela “Nodo”, esta vez me dije, si que si, sale bien, mucho
trabajo, sale lindo. Por dos años, editoriales, concursos, Argentina, España,
todos lados, cuatro copias doble espacio una sola cara anilladas, hasta cinco
copias te llegan a pedir, eso pesa y mucho, envíos para todos lados, la mitad
de mi sueldo se me iba en impresiones y envíos. No. No, no, no , no y no.
No.
No.
No, no , no.
No y no.
No.
Tal vez, no.
Tal vez, mejor no.
No.
No.
No.
No.
Si, dame guita.
No.
No. No.
Definitivamente no.
No.
No y por favor retírese del establecimiento.
No. No. No y no.
Mientras tanto, todo el mundo a tu alrededor, cuando no es
condescendiente, se aseguran de recordarte que no lo estas haciendo bien.
Muchos amigos te recuerdan lo difícil que es lo que estás haciendo, las
posibilidades, la suerte, la soledad, no haces sociales, escribes encerrado y
mandas manuscritos, no conoces a nadie, así no sirve te recuerdan, tienes que
salir.
El silencio.
Nada.
Todo el dinero, todos los envíos, nada.
Y tal vez lo que más me molesta es que no me ofendo, no me
victimizo, lo comprendo, comprendo a las editoriales, comprendo el trabajo que
significa, comprendo la avalancha de manuscritos, está lleno de escritores
fabulosos que sacan cosas nuevas todo el tiempo y escritores reconocidos que
siguen produciendo cosas maravillosas y reimpresiones necesarias de obras que
no pueden quedar en el olvido. Lo comprendo y lo apoyo, pero el silencio. El
silencio. El silencio es una bolsa que se llena y se llena, y va pesando, el
silencio pesa muchísimo. Y ahora hay que juntar fuerza, armar de cero, terminar
alguno de los cuatro proyectos, volver a mandar, volver a encuadernar. El
silencio. Trabajar desde el silencio es como construir sobre un pantano, cuesta
mucho más, eso es todo.