No soy quien para hablar de la relación de el alcohol y las
letras, pero si me atrevo a hablar de una tangente del tema, lo literario de un
bar.
Primero hablemos del Bar. No acepto el titulo de Bar en
cafés o restaurantes. En un Bar se sirve alcohol y se va a tomar alcohol. Si
hay algo para comer es irrelevante, y si ponen música también. Nada más molesto
que entrar bajo falsa publicidad a un “bar” y encontrarse a todo el mundo
tomando un café y comiendo sanduchitos, algo bastante común y bastante molesto
en argentina, que tiran la palabra en un cartel con una facilidad que raya en
la ignorancia, que sean mas del vino que del ron, y más de las mezclas que de
los años en barrica, no justifica tan liviandad en el uso de la palabra.
Que el alcohol es malo para el cuerpo y para la conciencia
nadie lo duda. En el que es probablemente el mejor stand up de la historia,
“Himself” de Bill Cosby, el sketch del borracho nos da una línea que resume el
por qué nos entregamos a tal castigo,
“porque me lo merezco, trabajo duro toda la semana, y me merezco la
bebida”. El alcohol, por la razón que sea, empieza siendo una recompensa, es
una puerta a algo bueno, a algo mejor, que después el conejo blanco se de la
vuelta y te muerda una oreja es otra cosa.
En el Bar, en el de verdad, se cocinan historias. Porque el
bar de verdad está lleno de hombres que se merecen estar ahí. Trabajadores,
obreros, hombres de oficio, mujeres cansadas, personas derrotadas, derrotas de
verdad, derrotas que implican tramas complicadísimas, personajes pintorescos,
peligrosos, reales. Hay hombres que han
vivido en la clandestinidad durante las dictaduras, hay ricos que han caído en
la miseria, hay historias de cárcel, de estafas, de suerte. Que todas las
personas tienen su historia, es un enunciado valido, que las historias de lucha
son más entretenidas, también.
El Bar está cargadísimo de historias, porque nunca salen del
Bar. El hombre que ahí las cuenta no sabe contarlas en otro lado, el hombre que
las escucha no sabe reproducirlas. En el lugar se dan las condiciones
necesarias para que el relato tenga un marco que lo sustente, la camaradería,
la liviandad de la lengua, la informalidad, y por sobre todas las cosas la
falta de juicio.
La literatura chorrea por las paredes de los bares porque no
hay críticos. A los críticos los cuelgan de los huevos, no son bienvenidos, el
que venga a juzgar que tome en el lobby de un Hotel, o que se ponga a tomar
vino en un restaurante. En el Bar se está entre iguales, tu historia vale
porque es tuya, el estilo se aprecia porque hay sensibilidad, y la excesiva
inventiva se castiga con la falta de atención, no tanto por tener poco gusto
por los adjetivos, si no más bien por una cosa de confianza, que el que mucho
habla poco entiende.
Tomar y hablar, tomar y escuchar, tener un hombre al lado y
saberlo compañero, quien no presta la oreja presta la mano, te consigue
trabajo, te charla de su jefe. El que no te cae bien no se te acerca, el que no
te habla no te confía, si te vas de copas el cantinero te corta la ronda. Estas
tranquilo porque tu mujer, si existe, sabe donde estas y lo sabe inofensivo, tu
dinero rinde porque no hay pretensiones. El que no sabe escribir sabe hablar, y
la Ilíada primero fue cantada.
Para terminar voy a contar una anécdota, se me acerca Jorge,
el cantinero del 01, para servirme la ultima copa, hemos estado un rato
hablando de Chávez y de la abstracción que significa la conciencia y de la
queja y su contraparte la aceptación, y me dice, hablando bajito para que nadie
escuche, porque me confiesa que no todo el mundo sabe, “yo sé que lo tuyo son
los libros y esas cosas, veo que bienes acá tranquilo y sacas tu cuaderno, sabes
que a mi me apasiona la lectura, la historia en especial, pero no puedo leer,
soy ciego de un ojo y del otro casi no veo”.