Eclosión de una estrella del surf en una noche de Barranco.

          Tardaron en prender las luces de la plaza. Me pregunto si hay un encargado para eso o, al contrario, se encenderán con un sistema automatizado. En caso de que fuese un encargado, puedo pensar en pocos trabajos que carguen tanta responsabilidad. Cuando las encendieron, o se encendieron, ya la noche estaba tranquilamente asentada en la vida de aquellos que dejábamos pasar el tiempo sentados en los bancos. Esto acentuó mí, ya plantado, desconcierto y agregó mucha incomodidad. Después de todo era de noche y estaba en un lugar desconocido.
Agradecí estar solo y no tener en quien derramar mi desmán. Todo el día había sido igual en las calles de Barranco, me sentía un campesino o un monstruo, muchos años tenía ya alejado de las grandes ciudades y era poco lo que quedaba en mí de cosmopolita. Varios sentimientos, chocando y peleando dentro de mi, incrementaban el desasosiego. Estaba, en parte, muy contento por estar de nuevo cerca del mar, y parte de esta emoción se había convertido en una pregunta clave ¿No tendría que estar viviendo cerca del mar? Las vacaciones me ayudaban a soportar la lejanía, pero también me recordaban que existía y que no lo tenía todos los días.
            Las calles oscura poco ayudaban, no por la oscuridad en si, pero por su carácter misterioso. Al final de mis vacaciones escribí una pequeña frase en el cuaderno del hostel, " Me gusta el barrio, lo encuentro sólido". Era Jueves, tendría que esperar al fin de semana para comprobar su famosa vida nocturna, la cual no agregaría o restaría a mí ya bastante clara opinión del lugar.
Varios niños jugaban y saltaban a mí alrededor mientras mamás distraídas charlaban cerca de un árbol. Sentía que de alguna manera Barranco y Perú me estaban dando una lección. Intentaba descubrir cual era. Pensé que caminando me despejaría un poco.
            Me levanté y lentamente me alejé de la plaza. Algunas casas se caían de viejas, encantadoras todas ellas. Estaba pensando seriamente en estirar mi viaje un par de meses más. Quería aprovechar el hecho de que estaba en una ciudad con cultura de Surf, eso era algo que siempre había querido aprender a hacer. Justo cuando estaba pensando en esto, la vi.
            La casa era, como tal, solo una fachada. De puro curioso me asomé por un espacio que dejaban las tablas de madera que tapiaban el frente. Se podía ver que el interior estaba toda destrozado para hacer espacio. Grandes reflectores iluminaban todo el taller. Porque eso era, un taller. Un taller en el que hacían tablas de Surf. Dos hombres cortaban, daban forma, lijaban, trabajaban en silencio. No podía reconocer la música que escuchaban, y no sé que clase era, sé que no era latina, clásica, country, heavy metal o pop.
            Intenté llamar la atención de los trabajadores en el interior de la casa, pero era muy poco el ruido que podía producir, jamás pude silbar muy fuerte, y al no haber timbre o manera visible de llamar hacia adentro, rápidamente desistí de seguir haciendo el ridículo con mis débiles silbidos. No sabía bien por qué quería llamarlos, lo había comenzado a hacer instintivamente, solo sabía que me interesaba hacerlo. Me imagino que me llamaba mucho la atención saber cómo se hacia una tabla de Surf. Podía ver varias ya listas, alineadas contra una pared. Decidí esperar.
Primero lo hice en la puerta, después me senté en la vereda de enfrente, y me distraje detallando la fachada de la casas, todas llenas de moho y mierda de palomas.
Espere más.
Espere mucho tiempo.
No sé cuanto tiempo pasó, desde mi posición podía escuchar claramente la música y el ruido, casi murmullo de alguna herramienta eléctrica.
De repente todo se apago en el interior, crucé rápido y me asomé de nuevo por el pequeño agujero de entre las tablas, silbé y golpeé un poco con mis pies, esta vez dio resultado. Uno de las personas del interior se acercó a una de las tablas y la abrió a modo de puerta, me presenté y le dije lo que quería, por alguna razón me justifiqué diciendo que nunca había Surfeado y que quería aprender a hacerlo. Joseph, así se llamaba el rubio que había venido a mi encuentro, me invito a pasar.
Había una especie de tablas blancas recortadas en las paredes, una de ellas en la que parecía que trabajaba Joseph, estaba cortada y se podía ver ya claramente la forma de la tabla de surf.  Mi anfitrión, tranquilo, mientras su compañero pintaba una tabla en el otro extremo de la estancia, me explicó paso por paso cómo se fabricaban.
Cuando terminó, fue muy poco lo que podía recordar, le di las gracias y me despedí. Joseph me dijo que estaban por comer algo que si quería los podía acompañar. Vi mi reloj, eran las dos y media pasadas, mi temprana cena de anticuchos estaba bien digerida, y la verdad, tenía hambre, estaba curioso y no tenia nada más que hacer. Acepté y me ofrecí a buscar algo para tomar o para completar lo que ya tenían, Joseph dijo que no, que nada hacia falta. Héctor, así se llamaba el chico que estaba pintando, se presentó y excusó al mismo tiempo, dijo que no nos podía acompañar, que se iba a su casa un rato y después volvía. Me pareció extraño, pero toda la situación y la noche lo era, así que no me hice mayores problemas.
En la parte de atrás de la casa había una cocina sin artefactos, sólo había un microondas, una cava portátil, una mesa de plástico y dos sillas de madera. La cava estaba llena de hielo y latas de cerveza rubia. Joseph calentó arroz y una especie de carne al horno, sirvió abundante en dos platos y me entregó una, también me alcanzó una cerveza y un poco de salsa de rocoto.
Comimos mucho y charlamos copiosamente, surgió mi pregunta, bastante obvia, de por qué trabajaban de noche. Me explicó que todas las mañanas iban a Surfear, que era su hora predilecta, aunque el dijo preferida, para hacerlo, como les costaba levantarse temprano, encontraron como solución cambiar sus horarios. Me dijo que para ellos el día comenzaba a calmarse a eso de las dieciocho o diecinueve, que ellos usualmente se despertaban como a las veinte, cuando el día ya estaba totalmente tranquilo. De esta manera, trabajaban por la noche, surfeaban por la mañana y dormían por la tarde. Me pareció bastante lógico en su momento, ahora pensándolo bien, no tanto.
Joseph tenia que volver al trabajo así que dejamos la mesa y pasamos al salón justo en el momento en que entraba Héctor. Les pregunté si alquilaban tablas, me dijeron que no pero que tenían para prestarme una si quería y ambos me invitaron a acompañarlos en un par de horas cuando salieran. Les dije que si, y me dirigí al hostel para dormir un par de horas, la verdad es que estaba cansado.   
            Contrario de lo que esperaba, me dormí enseguida, y cuando me levanté solo con dos horas de sueño, me sentía fresco y sin rastros de cansancio. La mañana era suave, acogedora y promisoria. Cuando llegué al taller me convidaron café con leche y un trozo de pan con mermelada, ya me estaba sintiendo un poco incomodo con tantas invitaciones, así que les deje que el almuerzo lo invitaba yo, "por supuesto", me dijeron y empezaron a reír como si ellos supieran algo que yo no.
            Tenían un auto, así que no fuimos a las playas de la ciudad, nos fuimos al sur, unos setenta kilómetros. Cuando llegamos me pareció que estaba viendo una de las playas más bellas del mundo. El sol empezaba a calentar, finalmente iba a saber lo que era surfear.

El agua estaba fría, bastante fría. 

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