Me gano la vida vendiendo cremas.
Realmente vendiendo una crema. Sólo trabajo con crema ITEA, la
compro porque la fabrican en el interior y no distribuyen para la
capital, me costó mucho trabajo encontrar un producto que fuera
bastante único. La crema es muy buena, la uso bastante, casi todos
los días, esto es lo único que digo que no es mentira, pero por muy buena que sea no es milagrosa, y me la
sacan de las manos como si fuera a salvarlos de la muerte. La vendo bastante más cara del precio sugerido. Trabajo en gimnasios. Voy de gimnasio en
gimnasio, utilizando a veces las instalaciones, tengo que mantener
una buena forma, pero no muy buena, solo lo justo para que parezca
que hago algo de ejercicio, no puedo parecer un modelo, al contrario,
tengo que estar en buena forma dentro de una normalidad, después
vendo en los vestidores y en la entrada, dónde sea, a veces voy y me
siento a tomar algo en el bar y digo que ya terminé de entrenar
mientras vendo, tiene que parecer que voy al gimnasio, no que estoy ahí vendiendo. Voy a unos cuarenta gimnasios diferentes, algunas
veces dos por día, a veces tres, una dos veces por mes, lo varío,
no dejo que se vuelva rutina para que no sospechen, ya que la primera
mentira que digo en los gimnasios, es que soy músico y vendo las
cremas sólo para ganar un poco extra, para generar un poco de
confianza, ni a las personas que trabajan ahí les digo la verdad, al
contrario, son a las que más tengo que convencer de mi vida de
bohemio. Nunca en mi vida he tocado un instrumento, o cantado, o
pertenecido a una banda o conocido a un músico, una vez a un
guitarrista en una fiesta, nada más, pero nadie me va a pedir que me
ponga a tocar algo mientras estoy trotando, así que es la profesión
perfecta. La segunda mentira, y esta es la que me hace vender todas
las cremas que llevo, cada vez que voy, a cualquiera de los
gimnasios, es que tengo 45 años, cuando realmente tengo 32.
Moto y música.
Se ha repetido, una y otra vez, que
mientras está en la moto no tiene que pensar, tiene que concentrarse,
se dice, ruta, velocidad, postura, ruta, velocidad, postura, ruta,
velocidad, postura, una y otra vez se repite esas tres palabras
mientras está en la moto, pero siempre se le olvidan, la moto andando
en un la ruta despejada es el momento perfecto para la reflexión,
nuestro hombre aprovecha para pensar en música, se hecha un poco
para atrás, siente el estuche rígido en la espalda, ya antes tuvo
accidentes, así que sabe que se requiere muy poco para que ocurran, mira el
velocímetro, ochenta kilómetros por hora, lo piensa muchas veces,
acá un mínimo error te cuesta la vida, la cadena se sale, se
engancha con la rueda, la llanta se pincha, los frenos se clavan, si,
piensa, no hay dudas de que andar en moto es peligroso, igual no hay
que pensar en eso, el casco cerrado, cielo nublado blanco, a los
costados, prados, palmeras, verde, no hay animales, piensa en el
destino, porque eso de haber tenido accidentes y haber salido ileso,
es algo que siempre tiene presente, piensa, creer en Dios, en el
destino y en la determinación, o por el contrario vivir bajo la idea
del libre albedrío, de la acción reacción, de que cada hombre es
autor de sus consecuencias, no hay destino en la música, se hace o
no se hace, pero la música sale del músico y se recuerda de Carlos
que no pudo huir de su destino, o pudo haber sido casualidad, piensa
en música y en Carlos, se juntaban a beber en el bar después del
toque, todos tomaban menos Carlos, que era abstemio, los otros
músicos lo molestaban, se metían con él, músico de jazz que no
toma no es jazzero le decían, pesados sus amigos, a Carlos le falló
el hígado, y eso lo mató, y era de todos el mejor músico de jazz,
algo hay ahí, también está el Chiquito Rodriguez, de chiquito el
Chiquito estaba todo el día con la trompeta, después la dejó,
nunca más agarró una trompeta, vino el Negro Sosa y le da una la
noche esa de navidad y le dice, sopla, y fue como si nunca hubiera
dejado de soplar, ya no la suelta, era su destino, piensa, el destino
como una cosa, como un final, o más bien cómo una manera de
continuar, un modo, y se repite, ruta, velocidad, postura, ruta,
velocidad, postura, ruta, velocidad, postura, y piensa en la música
y en lo maravilloso de la ruta despejada, siente el motor de la moto
entre sus piernas, se dice tranquilo, voy a acelerar un poquito.
La Carta.
Me preguntas si quiero seguir en
el mismo lugar para siempre, también me preguntas qué gano siendo
como soy, pues dejame contarte una historia.
Es verdad que si fuera un poco más
inteligente no estaría en esta situación; quebrado, desconocido y
solo. Siempre empiezo bien, todo, y más temprano que tarde mando
todo al carajo. Uno de los ejemplos más claros de esto, es el de la
carta y ese gran escritor, que no digo me hubiera podido ayudar con
mi carrera, pero tal vez, era una puerta abierta, mucho más de lo
que tengo ahora, que es nada.
No puedo recordar con exactitud el
contenido de la carta, sé que tengo pésima ortografía, y que no la
revisé, así que seguro tenía mala presentación, por esos días,
de vez en cuando, solía ingerir alguna bebida espirituosa,
generalmente entre borracheras, así que puede que la carta no solo
haya estado mal escrita, sino que además haya sido incongruente.
La comunicación empezó con una
carta que le escribí apropósito de uno de sus libros de ensayos. El
libro me había encantado, tanto como para escribirle, y decirle sólo
eso, me encantó tu libro. Su contestación fue un paquete con otros
tres de sus libros autografiados, al principio me pareció un gesto
un poco pomposo, pero con el tiempo me di cuenta de que era
simplemente un buen gesto, cuando empecé a conocerlo me pareció un
buen tipo, nunca hubo pretensión en sus palabras. Le contesté para
agradecerle, y agregué algo de información personal, él me
contestó e hizo lo mismo, así un par de cartas más, todas escritas
en papel y mandadas por correo, todas correspondidas.
Después leí la novela, esa que
le ganó los premios y comenzó su ascenso, el producto que lo hizo
famoso, y que yo leí autografiada por el autor. El libro me pareció
una porquería, de principio a fin una completa basura, un libro
viejo, ineficaz, largo, obsoleto y aburrido. Espero no hayan sido
esas mis exactas palabras, pero no lo sé, no lo creo, aunque si
estoy seguro que eso fue lo que quise decir, tal vez. Si recuerdo con
claridad que le pedía, con toda la desfachatez y el despilfarro que
me es innato, que me compartiera un texto más libre, no tan
cuadrado, no tan pausado, tan armado, tan cauto, recuerdo que le
pedía escritura de detrás de sus cuadernos, eso le pedí, le dije
al escritor venerado "oye, por que no me compartes algo de lo
que tienes escrito detrás de los cuadernos", esa escritura,
esas notas, eso era lo que me interesaba de la ficción de ese
hombre. Pensaba, este hombre que puede escribir ensayos tan lucidos
sobre la condición humana, que puede encontrar ese denominador común
que nos une a todos más allá de la cultura, y lo puede controlar
con ejemplos concretos, ese mismo hombre, escribe una ficción dura,
durisima y de manual, cómo puede ser esto, hay algo más acá, algo
que se esconde, algo que no se muestra, algo que no quiere mostrar.
Tal vez, me imaginé, que él no deseaba mostrarlo, tal vez que su
editor lo mantenía a raya, no se le permitía un texto libre por
miedo al mercado, él a lo mejor simplemente respondía a un pedido,
era un gran carpintero al servicio de un arquitecto mediocre,
simplemente había que pedírselo. No lo sé, ni siquiera sé si
habrá entendido la analogía, a lo mejor nunca escribió en un
cuaderno, nunca trabajó sus textos con lápiz y papel, y por ende
nunca sintió esa necesidad de ir a atrás y escribir cualquier cosa,
disparates, subjetividades, imágenes. La parte de atrás del
cuaderno es dónde van a morir todas las imágenes que no se pueden
vender, que no han pasado una traducción, un moldeamiento. A lo
mejor siempre fue un escritor de computadora, los escritores de
computadora son más duros, pero no lo sé, no sé nada, y no creo
que vaya a saberlo porque siempre, en todo lo que hago, termino
saboteándome antes de conocer el final.
Esa carta fue la ultima en nuestra
pequeña comunicación. Después le envié una edición económica y
artesanal de uno de mis libros, uno muy malo, un desastre realmente,
pero era lo único que tenía y sentía que algo tenía que darle, le
envié una postal, intenté mantener la conversación, pero nada.
¿Mucha confianza? ¿Disparate? ¿Mala educación? todas. Merezco el
silencio.
¿Lo lamento? no, la verdad que
no. Creo que igual la relación no hubiera llegado a nada, porque
después de todo soy un boca floja, diría algo incorrecto tarde o
temprano, no sé comportarme, por otra lado, si me hubiera
contestado, si hubiera aceptado el delirio, tal vez seriamos ahora
grandes amigos, y él es un gran escritor, estoy seguro que leer las
notas de detrás de sus cuadernos debe ser un placer, después de
todo no era un pedido tan injusto, no, no me arrepiento.
Así que no, no me gusta estar en
este lugar, no gano nada siendo como soy, lo que pasa es que no me
interesa lo frío y distante, lo mediocre, lo armado, yo voy por
todo, por la verdad, sino, no me interesa.
Depredador nato.
Tendría que ir a ayudarla, más aun
después de haber visto ese video sobre animales de granja y
mataderos. Me es molesto el sonido, el zumbido intermitente, bastante
intenso, despierta en mi más asco que otra cosa. Más allá de las
dos ventanas en las que está atrapada puedo ver el mar, el día está
soleado, hace calor, es un buen día para estar afuera, polinizando
tal vez.
Me voy a parar, la voy a liberar. Después de todo me para para ir al baño, para hacer más cafe, para buscar una galleta, hasta para estirarme, me puedo parar para esto.
La maté.
Moví la ventana, para que pudiera
salir, son corredizas, al abrirlas había quedado ahí encerrada, la
cerré para que pudiera salir, voló hacia dentro de la casa, quise
forzar su salida, después de todo es un día hermoso, busqué un
frasco, lo puse sobre ella y contra otra ventana en la que se había
ido a posar, moví el frasco y lo tapé, en ese momento creo que la
mutile un poco, debe de haber quedado justo debajo de la tapa, en el
borde, fui afuera, le di la vuelta al frasco y calló al suelo,
caminaba pero no se movía, la empujé un poquito, nada, tenía un
ala rota. La aplasté.
Sigue siendo un hermoso día.
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