Vender libros en la calle.

Hace mucho calor, unos treinta y siete grados, estoy bajo un árbol, una tipa gigantesca, medio seca, pero da sombra, está enferma, tira una especie de gomita, como unas gotas que caen secas, se posan en los libros y se derriten, quedan como pegoteados los libros, si no los limpias bien cuando los guardas se pegan las cubiertas y cuando los separas se sale la pintura, quedan como enfermos de lechina, de sarampión. Ya armé la mesa, sigo con la liquidación, tenia la casa llena de libros baratos, bruguera libro amigo, ediciones selectas, unas doscientas novelas de bolsillo, todo chico, decidí liquidarlo todo, saqué los libros caros, todo el mesón queda de oferta. Silla plástica blanca, el gabinete de un aficionado de Perec, una botella de agua, una botella que me encontré porque se me olvido la mía, la limpié un poco y la llené en una canilla, en la guerra cualquier hueco es trinchera. Hace mucho calor. Me paro para sacar el sombrero de la mochila, me pongo los lentes. Tengo cinco pesos, espero vender algo, cualquiera de la mesa sale diez, no me podría comprar uno de mis libros de liquidación. Una señora se para a ver las selecciones, unos cincuenta, pequeña, vestido de flores, gorda, tres por diez las selecciones, vamos, se lleva seis. Se para una chica, unos trece, musculosa negra y jeans, morocha, se lleva dos novelas. Ya van cuarenta, hoy con cien me conformo, aunque ya estoy sobrado.

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