Agarro mi celular y veo que tengo una llamada perdida de Viti. Raro, entre nosotros no hay emergencias y habíamos hablado la noche anterior. Lo llamo y, preocupado, me dice que Alejandro fue a visitarlo al local, que tenia muy mala cara, que se veía eufórico y deprimido, que le había pedido la bicicleta para ir a buscar la trompeta y el se la había prestado, que no sabia que hacer. Alejandro estuvo haciendo tonterías incomprendidas la ultima semana, así que entiendo la preocupación de Viti. Yo no me preocupo, sé que la gente cae en agujeros negros y sé que se sale, si sigue vivo va a seguir vivo. Le digo que estaba por comer, que cuando Alejandro vuelva le diga que me espere, que en más o menos una hora y media voy para allá. Termino rápido la comida, pero como, me preocupo, pero como, sería incapaz de ayudar a alguien con el estomago vacio, me aseguro de terminar dos copas de vino, ya que seria incapaz de ayudar a alguien sobrio. Me voy en la bici, llego en diez minutos. Alejandro me está esperado, se desarma cuando me ve, me abraza largo tiempo, un abrazo que disfruto, cuando nos separamos le veo la cara, tienes los ojos destrozados, el pelo mal cortado y la boca llena de migas, está bajo el efecto de alguna medicación bastante fuerte. Me tranquiliza no verlo violento, me tranquiliza la realidad, que siempre es mucho más reconfortante que las noticias. Saludos de rigor con Viti, hace diez días que no nos vemos, está cerrando el negocio, decidimos acompañar a Alejandro a su casa, caminar un poco, es invierno pero hay mucho sol, Viti y yo caminamos con nuestras bicicletas, Alejandro con la trompeta, lo estamos llevando a su casa, hay que llevarlo a su casa. Hablamos de cualquier cosa. Hacemos dos cuadras y pasamos por la catedral, a los tres nos llama la atención ver que en el patio hay un hombre haciendo una escultura gigantesca tallando una piedra, por lo menos tiene tres metros de altura. El artista es un hombre como de sesenta años, flaco, esta mugriento. Lo llamamos para que se acerque la reja, muy amable nos dice que está haciendo un San Pablo, le preguntamos su apellido, cuando contesta Abdala, Alejandro le pregunta si es familiar del profesor Abdala catedrático de historia en la facultad, el artista contesta que sí, y Alejandro pasa a hablarle de tres de los libros de su padre. Viti y yo escuchamos en silencio. Nos despedimos y seguimos. Hacemos dos cuadras y por el canal está pasando agua, así que nos quedamos un rato viéndola, se ve tan clara en esta tarde de invierno con sol, no decimos nada solo vemos el agua por un rato y seguimos.
Llegamos a su casa, nos invita a pasar y por supuesto accedemos, nunca he estado en casa de Alejandro, es un gran amigo, nos vemos a menudo, y nunca he estado en su casa. Al entrar ya sabía que estaba en uno de los lugares con más dolor que había conocido. Su madre rezumaba amabilidad sin soltar la preocupación, estaba en alerta. En el fondo se veía el cuarto del padre, que estaba tirado en la cama con Alzheimer. La casa la mantenían oscura, había una pecera con dos peces dorados, estaba limpia, me concentré en la pecera, todos se tendrían que haber concentrado en la pecera. La madre de Ale se empeñaba en explicarnos, explicarnos todo, el caso del padre, lo que le pasaba con ale, lo que le pasaba con el hermano de Ale, su situación económica, todo, quería explicarnos todo, se quería justificar, la tratamos con respeto y entre Viti y yo le intentamos explicar que no hacia falta, que no estaba en falta, que nosotros no juzgábamos nada, pero ella no quería explicarnos a nosotros, se quería explicar a sí misma, se quería justificar con ella misma, ella no era mala madre, ella no era mala mujer, ella estaba desbordada, ella se había encontrado con algo diferente, ella se había encontrado con un mundo que no era el que había imaginado. Le dijimos que nos cebara unos mates, el hecho de hacer algo seguro la haría sentir mejor. Alejandro no paraba de dar vueltas, le dijimos que nos mostrara el patio.
En el patio de Ale había un tesoro maravilloso. Ale nos mostro el Pomelo, un árbol gigante y frondoso, lleno de fruta. Viti y yo pedimos permiso y empezamos a comer pomelo, es mi fruta preferida, así que casi me violento cuando Ale me dijo que da tanto que los regalan, a veces los tiran, come pomelos Ale, le digo, come pomelos que te curan de lo que sea. La madre trajo el mate, tomamos mate y comimos pomelos.
Tetas Grandes.
Que putada hermano. Que capacidad infinita de dar vueltas sobre el mismo lugar, que capacidad infinita de no llegar a ningún lado. Pero si empezamos en la nada y a la nada vamos, porque este afán tan tremendo de encontrar sentido, de encontrar algo, de un propósito. Aburre. La clave está, por supuesto, en aburrir con estilo, en hacer que la espera que genera el aburrimiento, sea algo más placentera. Y no siempre fue así, no siempre nos aburríamos, antes teníamos stress real, peleábamos con los pumas, le temíamos a la naturaleza, nos preocupaba nuestra alimentación, ahora nos aburrimos con estilo. Esto desde el balcón, tomando mate, viendo la montaña, mientras caen unas gotas de agua. Tendría que haber muerto como un anciano de 29 atacado por un oso. Ahora no me queda más que curarme de enfermedades, seguir consumiendo e intentar el odioso ejercicio de escribir algo que valga la pena, tal vez la propagación de la raza, crear otro ser humano incompleto, disfrazarlo todo con la mutilante promesa de la felicidad, un asco, y lo peor de todo, por supuesto, es que me gusta.
Vender libros en la calle.
Hace mucho calor, unos treinta y siete grados, estoy bajo un árbol, una tipa gigantesca, medio seca, pero da sombra, está enferma, tira una especie de gomita, como unas gotas que caen secas, se posan en los libros y se derriten, quedan como pegoteados los libros, si no los limpias bien cuando los guardas se pegan las cubiertas y cuando los separas se sale la pintura, quedan como enfermos de lechina, de sarampión. Ya armé la mesa, sigo con la liquidación, tenia la casa llena de libros baratos, bruguera libro amigo, ediciones selectas, unas doscientas novelas de bolsillo, todo chico, decidí liquidarlo todo, saqué los libros caros, todo el mesón queda de oferta. Silla plástica blanca, el gabinete de un aficionado de Perec, una botella de agua, una botella que me encontré porque se me olvido la mía, la limpié un poco y la llené en una canilla, en la guerra cualquier hueco es trinchera. Hace mucho calor. Me paro para sacar el sombrero de la mochila, me pongo los lentes. Tengo cinco pesos, espero vender algo, cualquiera de la mesa sale diez, no me podría comprar uno de mis libros de liquidación. Una señora se para a ver las selecciones, unos cincuenta, pequeña, vestido de flores, gorda, tres por diez las selecciones, vamos, se lleva seis. Se para una chica, unos trece, musculosa negra y jeans, morocha, se lleva dos novelas. Ya van cuarenta, hoy con cien me conformo, aunque ya estoy sobrado.
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